Jaime Galarza Zavala |
La muerte de Julio César Trujillo ha producido un mar de lágrimas. Claro que las hay auténticas y
respetables, por provenir de sus seres queridos, pero las más abundantes corresponden
a políticos ambiciosos, curuchupas de cepa, editorialistas comerciales,
ex socialistas, dirigentes sindicales convertidos al neoliberalismo, y
plañideras de ocasión que apuestan a que sus lágrimas tengan recompensa
burocrática o electoral.
Volvamos al doctor
Trujillo. En los sendos homenajes que se le han rendido y se le rinden, nadie
ha recordado su fervoroso apoyo al macabro “Golpe de la Funeraria”, esa
sangrienta tentativa de golpe de Estado, dirigida por el general Raúl González Alvear el 1 de septiembre de 1975, bajo el auspicio de la Texaco (Chevron), a
fin de acabar con la “desastrosa política petrolera” de la “Revolución Nacionalista” dirigida por
el general Guillermo Rodríguez Lara y ejecutada por el Ministro de Recursos
Naturales, Contralmirante Gustavo Jarrín Ampudia.
En esa fecha, el jefe
golpista tomó el Palacio de Carondelet, pero luego huyó despavorido ante el
anuncio de que venían refuerzos militares en su contra, asilándose primero en
casa del embajador norteamericano y acto seguido en la embajada de Chile,
entonces en manos de la dictadura de Pinochet. Atrás quedaron abandonados por
el héroe golpista, 14 soldados muertos y 25 heridos, así como 26 civiles entre
heridos y muertos. Esto lo reconoce el propio González Alvear, que da la lista
de las víctimas en su libro “Memorias”
publicado en Quito en 2004. Fracasado el-golpe, varios militares fueron
detenidos, mientras algunos políticos que lo apoyaron fueron deportados a
Bolivia. Entre ellos Julio César Trujillo.
Los deportados retornaron
luego en plena libertad, mientras González Alvear se acogía al asilo concedido
por el sanguinario y corrompido gobierno de Pinochet, instaurado por la CIA y
las multinacionales norteamericanas, bajo la batuta del poderoso Secretario de
Estado, Henry Kissinger.
Poco después, el
desdichado Ecuador sufría una nueva dictadura, la de los Triunviros: Alfredo Poveda Burbano, Guillermo Durán Arcentales y Luis Leoro Franco. Un régimen en
el mejor estilo del Plan Cóndor, montado por Washington y las dictaduras del
Cono Sur, cuyo principal objetivo era eliminar a los líderes nacionalistas y
progresistas de América Latina. Bajo ese signo se produjo la masacre de los trabajadores de Aztra en 1977 y el asesinato del líder político Abdón Calderón Muñoz, en 1979, luego de que proclamara decididamente su apoyo a la candidatura
de Jaime Roldós Aguilera, también asesinado dos años después bajo ese fatídico
signo y reemplazado por la Democracia Popular, el partido dirigido por Osvaldo Hurtado y Julio César Trujillo.
Antes de estas trágicas muertes, a comienzos de mayo de 1976,
Julio César Trujillo y otros políticos dirigieron una carta pública a los
dictadores solicitándoles el perdón para el general González Alvear a fin de que pudiera regresar a la Patria. La carta
figura en el mencionado libro.
A propósito de esta
historia, cabe preguntarles a los panegiristas del desaparecido dirigente conservador-
demócrata popular: ¿puede ser elevado al altar de la democracia, como inmaculado
paradigma, quien anduvo en las sendas del golpismo?; ¿es prototipo de
abanderado de los derechos humanos alguien que apoyó el “Golpe de la Funeraria”
para luego no hacer nada, absolutamente nada por la tragedia que vivían las
familias de los soldados y civiles muertos o heridos en ese sangriento
cuartelazo?
Por lo demás, en el caso
que nos ocupa hay que ubicar y condenar el linchamiento mediático contra
quienes el 13 de mayo protestaron valientemente contra el Consejo de
Participación transitorio presidido por Trujillo, por la abusiva e ilegal
resolución de prorrogar sus funciones, a quienes se pretende enjuiciar por el fatal derrame cerebral que sufriera él
24 horas después, en condiciones que desde años atrás padecía hipertensión,
diabetes, cardiopatía, problemas renales., etc., etc., conforme informaron
públicamente los propios médicos del Hospital Metropolitano, que lo
atendieron.
Este linchamiento
mediático se inserta en la funesta política de persecución instaurada por el
régimen actual y que sirve a la derecha para santificar y fortalecer la tesis
antidemocrática sustentada rabiosamente por el doctor Trujillo, de eliminar el
Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, histórica conquista del
pueblo ecuatoriano, consagrada por la Constitución de Montecristi aprobada en
el plebiscito de 2008. Todo para volver a los dorados tiempos en que la
partidocracia se repartía a sus anchas los organismos de control y de justicia.
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C. M. Mg. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.